martes, 20 de marzo de 2012

Tu no puedes comprar los colores...



Y sí, Panamá fue el primer país de muchas expectativas, ilusiones, incógnitas. Los recuerdos son hermosos, la calidez de la gente única, la apertura a ayudar es inimaginable. Pero cómo definiríamos a la cultura panameña? Aun no lo sabemos. Nos fuimos de un país sin saber cuál es su verdadera identidad. Nos dio la sensación de despedirnos de un país donde su cultura parece ser la del dinero y que se debate entre dos referentes: el Colombiano y el Estadounidense. Resulta muy fuerte leer en la guía turística que te dan al entrar, una publicidad que ofrece: ¡Compre su propia playa! ¿Qué pensar entonces de un gobierno que negocia con su territorio y una nación que no dice nada al respecto? Un país que consume cultura yonki a cada paso, que habla lengua inglesa mezclada con español (para decir que algo es lindo, por ejemplo, dicen que “esta priti”), con un periódico que publica sus notas en ingles primero y en castellano después… y en menor tamaño, y en el que se puede leer: “Cualquier persona normal rápidamente se dará cuenta de una realidad que envuelve a este país: aquí hay dinero.” Un país que además es un país que ofrece consumo, al que visitan la mayoría de las personas para consumir, comprar, comprar y comprar. Nos quedó la sensación de ver un país al que le faltan raíces fuertes, ya que las pocas culturas indígenas que existen fueron y son trasladadas de un lugar a otro, reiteradas veces, a medida que descubren en las mismas tierras que les dieron, petróleo y demás minerales explotables.

Un mes en Panamá fue poco y al mismo tiempo suficiente. Fue el tiempo necesario para que conociéramos gente que vale la pena, para que nos diéramos cuenta de que, a pesar de las advertencias de los peligros en Centroamérica, en Panamá existe gente que vale oro.  Conocimos la capital, el mar, una Isla, algunos pueblos y el fresco entre montañas y volcanes.  
En Panamá City vivimos en un buen hotel, después en la plaza principal del Casco Antiguo (donde nos derretimos del calor, pero siempre estuvo la mano amiga de Cirilo o Jaime para facilitarnos una ducha y un baño), en el Puerto, en el barrio Betania y el cerro Ancon. Conocimos sin dudas la diversidad y el contraste de los distintos Panamás Citys. Sorpresa máxima: el cerro Ancon, donde nos encontramos con un barrio muy al estilo Yanki, con una vida muy tranquila, dibujada como en películas, con ciervos que salen de los bosques y un fresco agradable que un poquito más abajo (en otros barrios de la ciudad) no se consigue.
Después de días rutinarios de ventas en la plaza central, de calores intensos en mediodías inhabitables y del festejo número 32 de cumpleaños de Guille,rodeados de muchisimos amigos de distintas partes del viaje, seguimos camino en equipo. Junto al Halcón, con “padres” Mari y Samu más Seba, nos fuimos rumbo arriba. Llegamos a un pueblo, bien pueblo. Recorrimos hasta llegar al mar y ahí nos quedamos. En un “señor” mar, en un lugar super recomendable, nos saludaba el sol por un lado y asomaba una luna llena por el otro. La misma historia con variados colores dos días. Días de playas anchas, vida tranquila, de vida bien vivida y sentida. 

                       
Seguimos un poquito más y en cuestión de una hora  el calor intenso se convirtió en un agradable fresco que hasta nos invitó a sacar la olvidada ropa de invierno. Bienvenidos a Boquete: un hermoso pueblito entre montañitas y como dice la canción de Calle 13: “alla abajo, en el hueco, en el Boquete, nacen flores por ramilletes, casitas de colores con las ventanas abiertas…” Buena vida, tranquila, donde encontramos la posibilidad de pintar un mural y dejar una vez más nuestra huella, en el primer país de centroamerica.                                                                                        
               



Nos quedan más lugares para conocer al regreso, pero partimos con ganas y buen ritmo a Costa Rica, desde dónde muy pronto tendrán noticias nuestras.